Lo más sano, así lo MÁS sano es llorar... a veces como Magdalena sin control y se siente rico. Hoy es uno de esos días en los que me hace falta.
Cuando fui a Liverpool, por mucha insistencia de mi mamá, la escogí porque era la más grande de entre 15 cachorros peludos y hermosos, era la más despeinada y estaba sola en una esquina. Había muchos niños viendo a los demás perritos y a ella nadie la pelaba. La sacaron para que la viera y era dura y estaba asustada. La cargué y no me dejaba verla, se estiraba para que nuestras narices chocaran. A fin de cuentas le dije a mi mamá: me la llevo por que a ella nadie la va a querer más que yo.
Llegamos a mi casa, y después de jugar un rato, se cansó muy rápido y se fue a echar. Se suponía que iba a ser un cachorro juguetón y no, se echó: estaba enferma. Mi madre me hizo regresarla y dejarla en la vitrina con los veterinarios de Liverpool. Lloré todo el camino de regreso pensando que no la iba volver a ver. Era peluda, tiesa, no muy lista. Parecía monstruo comegalletas, ladraba raro, y no era ni pequeña ni grande. Pero lo mejor del caso es que era mía. Tres días después me hablaron para decirme que tenía moquillo y que no estaban seguros de que hacer. A los 17 años las cosas son raras, eres adulta pero a fin de cuentas sigues siendo una mocosa e hice berrinche. Pasaron los días y me llamaron para decirme que podía pasar a recogerla. Corrí por ella y regresó a mi vida, corrimos, nos enojamos, nos mordimos, nos dimos beso de esquimal, comimos, nos consolamos, nos escuchamos, jugamos, nos ladramos y el día de hoy se volvió a ir.
Llegó a la conclusión de que fue buena conmigo y quiero creer que yo fui buena con ella. Hoy se llevó un gran pedazo de mi corazón, porque desde ese día que la vi con su nariz de botón, se lo ganó.